Sean Pacíficos
- Fundacion Hogar de la Misericordia

- 19 ago
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Actualizado: 21 ago

“Sean pacíficos”. En tiempos de guerra esta frase nos hace pensar que se nos es propuesta de manera imperativa, o tal vez afirmativa, o podría ser un clamor o una petición. Lo cierto es que, no es ajeno a nuestra circunstancia el tema, cuando observamos el horizonte mundial, social, familiar, eclesial y en general en todos los ámbitos donde nos movemos: conatos de conflictos, divisiones y luchas sociales, ideológicas, políticas, económicas etc. La murmuración, la insatisfacción y el reclamo complementan el panorama en muchos de estos escenarios. Para comprender esta realidad es pertinente ubicarnos en el libro del Éxodo (16, 2-15). El pueblo de Israel en su travesía por el desierto camino a la tierra prometida, murmuró contra Moisés y contra Dios. Ellos salieron con una promesa de Dios, ellos irían a una tierra que manaría “leche y miel”(Ex 3,17), lo que los convertía en hijos de la promesa. La pregunta que surge es que hay o que hubo en el trasfondo de esta murmuración. Es claro que inseguridad, desconfianza, que producen las circunstancias que relativizan la promesa y nos hacen quitar la mirada de Dios; lo que nos desidentifica convirtiéndonos por ello en hijos de las circunstancias, de lo relativo. También es cierto que hay muchas resistencias, prevenciones, prejuicios, y condicionamientos, que son motivados por los accidentes o imprevistos, que nos ponen en apuro; estas realidades están enclavadas en nuestra historia personal. No obstante todo ello, el gran llamado es, que si consideramos que somos hijos de la promesa, nuestra vida y circunstancia están en el plan y el proyecto de Dios. Eso es lo que hace la diferencia.
Para comprender esto en su esencial trasfondo, es necesario ubicarnos en el capítulo 3 del Genesis, específicamente en la desobediencia de los primeros padres, realidad que trajo como consecuencia la perdida de la santidad original, y con esto se perdió́ la paz, la armonía y la unidad. ¿Qué significa esto? Que se perdió́ la relación cercana de Dios con el hombre, pero también, la relación entre los hombres, la cual quedó marcada por el dominio y el deseo. Otra consecuencia bien particular y especifica como fundamental: las facultades espirituales del alma, se separan del cuerpo y es allí́ donde se plantea un antagonismo. Es el mayor y primer conflicto; que lo enuncia bien San Pablo en alguno de los textos de manera simple: “Hago el mal que no quiero y dejo de hacer el bien que quiero”(Rom 7,19). Una división total. Otra ruptura consecuente ha sido, la relación del hombre y la creación, la cual se torna hostil, agresiva y marcada por el dominio.
Es claro que esta realidad de conflicto, división o ruptura del hombre como tal y del hombre en relación con su entorno ha tenido y tiene su origen en esa gran grieta del pecado original, pero es mucho más cierto que “ por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor 15,21). Esto es Cristo ha cerrado esa zanja original y nos ofrece la salvación que ahora deberá ser aceptada de modo personal. Porque “solamente, el corazón del hombre, es el surco por Dios, para la paz, creado”.




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